DRAMATIZANDO LA DIVINIDAD

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El día después que vi el atentado golpe de estado que se desarrolló en vivo, volví a ver al Príncipe de Egipto. Por largo tiempo ha sido una película favorita mía, y volví a ella porque necesitaba un ajuste emocional y siempre confío que me haga llorar. Encontré la catarsis que buscaba, sorbiendo durante la escena de apertura y entregándome a los sollozos temblorosos al partir del Mar Rojo, pero cuando apagué mi computadora me di cuenta de que había estado charlando con Dios acerca de la película durante la entera hora y media de duración. Fue la más larga conversación que hemos tenido desde hace tiempo. 

Orar ha sido difícil para mí durante esta pandemia. De temprano mis oraciones consistían solo de gritos internos sostenidos, por lo cual no me hizo sentir mal, pero cuando los gritos internos bajaron intentaba y seguía fracasando en mantener una práctica regular de oración por mí sola. No conectaba bien con los servicios del domingo por la pantalla, aunque si los veía, y no tengo esperanzas de decir la Oficina Diaria sin otras personas y una iglesia para rezarla. La música coral era una parte impresionante de mi vida de oración, y ahora no podemos cantar en coros. Aún intentar mantener una rutina de decir oraciones cortas diarias en frente de la cruz y los íconos que están colgados en mis paredes se ha mostrado frustradamente difícil.  

Fue entonces un gran alivio darme cuenta, mientras miraba al techo procesando mi respuesta emocional a una película que he visto en numerosas ocasiones desde que era niña, que todavía tengo la capacidad de tener una conversación con Dios que no es simplemente rezando el símbolo y los cánticos porque siento que lo debo hacer. También me hizo considerar el gran papel que ha tomado las representaciones dramáticas de las escrituras en mi expresión y desarrollo espiritual.  

Es importante saber que no estoy rompiendo nuevo terreno aquí. A los cristianos les han gustado los recuentos dramáticos y teatrales de las Escrituras por cientos de años. Los juegos de misterio fueron muy populares en la Europa medieval, y todavía disfrutamos de sus legados hoy en día; le canción que conocemos por “The Coventry Carol” se llama así porque aparecía en el juego de misterio de los esquiladores y sastres de Coventry, una obra de teatro que dramatizaba la historia del nacimiento desde la anunciación hasta la masacre de los inocentes.  

Como episcopal de cuna y como niña de teatro certificado, las grabaciones del elenco de Godspell, Jesus Christ Superstar y Joseph and the Amazing Technicolor Dreamcoat estaban en rotación frecuente durante mis años de escuela secundaria y preparatoria. En el sexto grado estuve en una producción de Godspell, y en grado diez estuve en una producción de Joseph. Ambas eran producciones de escuelas Católicas y entonces la mayoría de los que estaban actuando en ellas teníamos una conexión espiritual personal con el material que formaba la historia y la actuación profundizó esa conexión para mí. 

Godspell es notable para los episcopales porque mucha de la letra proviene del Himnario 1940, y porque su creador John-Michael Tabelak fue criado en la Iglesia Episcopal. (Me siento obligada a ser un aguafiestas y señalar que Tabelak fue inspirado a escribir Godspell después de asistir a un servicio muy poco inspirador de Pascua en una iglesia Episcopal en 1970).   

Creo que mis compañeros de escena y yo recibimos una educación religiosa más minuciosa al presentar Godspell que de asistir a la clase de religión diariamente. Esto es en parte porque la obra se apega cercanamente a la historia de los evangelios sinópticos, así recibimos una buena exposición a las escrituras; hasta el día de hoy si me piden relatar una de las parábolas más famosas de los evangelios de Mateo o de Lucas, mi fraseo probablemente reflejaría el guion de Godspell más que de la traducción que más usamos en la iglesia. También se sentía bien levantar la historia de la página y jugar con ella, haciéndonos reír y poniéndonos dentro de las cabezas de los discípulos de Jesús cuando oyeron sus enseñanzas y vieron su muerte. Hizo que el evangelio se sintiera inmediato.  

Cuando busco en mis memorias de Joseph lo más que encuentro es música disco y la practica de la danza de nueve minutos que terminaba la obra, pero más claro que todo es el día de nuestra matiné de domingo, cuando una de mis compañeras trajo su biblia al camerino de niñas y tomamos turnos leyendo la historia de José a voz alta de Génesis mientras nos preparábamos para la ultima presentación de la obra que habíamos invertido cuatro meses y nuestros corazones. Hacía que un camerino pareciera una iglesia. 

Escuché por primera vez la música de Jesus Christ Superstar cuando mi madre la puso en el estéreo un Sábado Santo mientras teñíamos huevos de Pascua. Eso fue en la escuela primaria, y escuché a Superstar durante la Semana Santa sin falta desde ese momento. Cuando llegué a la universidad, mi escucha anual había migrado del Sábado Santo al Jueves Santo, porque eso me parecía más el tiempo más apropiado, y cuando llegué a la escuela de posgrado y las restricciones del trabajo y la escuela y la distancia me impidieron regresar a casa para Pascua, todavía tenía los riffs de guitarra aulladores de la obertura de Superstar para esperar. Me aferré a esa tradición aún más el año siguiente, cuando el trabajo, la escuela y la distancia ya no eran un obstáculo para la asistencia a la Semana Santa en mi parroquia de origen, pero sí lo era la pandemia. 

Mi amor por los himnos y la música coral sagrada es tan profundo porque aprecio no tener que pronunciar mis propias palabras para las emociones que estoy sintiendo o la situación espiritual en la que me encuentro. A menudo, las emociones y la situación son suficientemente agotadoras y voy a usar las palabras de otra persona para hablar con Dios o no voy a hablar con Dios en absoluto. Estas melodías de obras musicales también cumplen ese papel, y las canciones que aprendí cada palabra cuando era niño me ayudan a expresar emociones que no experimenté hasta la edad adulta. He crecido de tal manera que ahora me quedan como un suéter muy amado pero un poco grande.  

Una tarde en la universidad estaba solo en la cocina de mi madre, escuchando "Close Every Door" de Joseph. Finalmente estaba comenzando a salir de un episodio de salud mental que me dejó sintiéndome como una extraña de mí misma, y las lágrimas rodaban por mi rostro al ver las líneas, "Ciérrenme todas las puertas / Mantén alejados a los que amo / Hijos de Israel nunca estamos solos / Porque sabemos que encontraremos nuestra propia paz mental " (letra original : “Close every door to me / Keep those I love from me / Children of Israel are never alone / For we know we shall find our own peace of mind.”). No pienses en esta canción como una metáfora de la depresión, le envié un mensaje de texto a mi madre, a menos que tengas ganas de llorar. Al final resultó que, ella misma había pensado lo mismo la primera vez que lo escuchó, años antes de que yo naciera. 

"No sé cómo amarlo" de Jesus Christ Superstar captura perfectamente el asombro y la confusión que siento cuando me enfrento al amor incondicional de la divinidad. Recientemente he estado escuchando "Superstar" en repetición, porque escuchar el riff de Brandon Victor Dixon en la línea "Solo quiero saber" (letra original: “I only wanna know”) después de cantar una canción compuesta casi en su totalidad de preguntas me ayuda a mostrarle a Dios la parte de mí que está muy cansada de "Estos tiempos inciertos", y me gustaría recibir algunas respuestas ahora.  

Algo que me había olvidado sobre El Príncipe de Egipto hasta que volví a verlo recientemente es que la escena final de la película no son los israelitas a salvo en el otro lado del Mar Rojo, sino el descenso de Moisés desde el Monte Sinaí con los Diez Mandamientos. No hay diálogo, solo el enorme oleaje de la partitura de Hans Zimmer, la orquesta tocando una línea melódica que se emparejó en la escena de apertura con el grito de los israelitas: “¡Líbranos! Hay una tierra que nos prometiste ". Ese momento final es nada menos que deslumbrante, ya que el pueblo de Dios finalmente está en camino a la tierra prometida (aunque les llevará bastante tiempo llegar allí), y la película termina con la imagen de Moisés sosteniendo el gran don de Dios de la Ley en sus manos. 

La historia del Éxodo en la que se basa el Príncipe de Egipto, y toda la Escritura, en realidad, es una historia de cómo Dios cumple las promesas de Dios. Es un hecho reconfortante para recordar, pero también me consuela el hecho de que las Escrituras están llenas de personas que le recuerdan a Dios las promesas de Dios. Creo que invité a Dios a pasar una noche de cine en el momento en que escuché por primera vez “¡Líbranos! Hay una tierra que nos prometiste”, al comienzo de la película. Sí, pensé, sentada en mi sala el día después de un intento de golpe, diez meses después del principio de la pandemia. Prometiste que nos cuidarías. Lo prometiste. No negaré que mi tono fue un poco acusatorio. El Señor vino a pasar el rato conmigo de todos modos. 

(Este es el mismo Señor que nos dio la parábola de la viuda persistente, después de todo. Podría contarte esa parábola ahora mismo, si quieres. Está en Godspell). 

Mi práctica espiritual prospera cuando tengo algo en lo que anclarme mientras me aferro a lo que no puedo tocar. Por eso me gustan mis iglesias llenas de arte e incienso y música coral; por eso me gustan los iconos y los rosarios. Es por eso por lo que estoy tan llena de amor por estos juegos de misterio de hoy en día, que me han dado palabras, música y recuerdos de presentaciones para envolverme, tanto como me envuelvo un pañuelo en la cabeza para la iglesia o un rosario en mi mano mientras oro, buscando a Dios. 

 

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Mary Grahame Hunter

Mary Grahame Hunter is a laywoman and choir member at the Cathedral Church of St. Paul in Detroit. She was an English major, a fact that has never surprised anyone who has met her, and has also been a church camper, a church camp counselor, and a sacristy rat. She is now a youth services librarian. Church passions include Anglican chant and laid-back Anglo-Catholicism. Non-church passions include theatre (both musical and early modern), public transit advocacy, and telling people they should come to Detroit. She/her.

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