HEREJÍAS TRADICIONALES: ORTODOXIA Y LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD LIBERADORA
Translated by Toni Alvarez.
Acusaciones de herejía están muy de moda hoy en día.
En los círculos evangélicos, escritores y pastores recientemente han enfrentado cargos de herejía por usar pronombres femeninos para Dios, poner en cuestión la moral tradicional sexual y la expresión de género tradicional y negar la doctrina de la Trinidad. Dentro de la Iglesia Episcopal, proponentes del matrimonio de las personas del mismo género son los más frecuentes blancos de las acusaciones de herejía, aunque no son los únicos. El “Dios no-teísta” de John Shelby Spong provoco apoplejía similar en el pasado reciente.
La meta de este ensayo no es pasar juicio sobre si alguna de estas alegaciones de herejía está justificada (para el registro, mis respuestas son respectivamente: no, no, sí, no y probablemente no, aunque creo que Spong está profundamente equivocado). En cambio, quiero llamar atención a una característica persistente de estas acusaciones: la casi exclusiva focalización de progresistas teológicos. Hay excepciones, claro. Miembros de la izquierda teológica de vez en cuando acusan a maestros más conservadores de herejía. En general, sin embargo, existe una presunción de ortodoxia a favor del lado “tradicionalista”; los igualitarios de género deben probar su ortodoxia, pero no los complementarios, y los defensores del matrimonio entre personas del mismo sexo se han acostumbrado a que se cuestione su cristianismo mientras los que están en contra del matrimonio entre personas del mismo sexo, siempre que sus puntos de vista estén algo a la izquierda de la Iglesia Bautista de Westboro, generalmente reciben el beneficio de la duda.
Estos hechos sugieren que lo que hemos llegado a ver como la herejía y la ortodoxia en formas particularmente modernas y equivocadas. La suposición latente de nuestra asociación entre herejía y teología liberal o progresista es que la herejía es un producto de la innovación, el progreso y la insatisfacción con la tradición. La ortodoxia, por contraste, favorece la tradición y resiste el cambio y la evolución.
Sin embargo, una breve vista a la historia de la Iglesia nos muestra que esta visión de la herejía es irremediablemente unilateral. Las teologías tradicionalistas han encubado la herejía tan a menudo que las más innovadoras. Considere el Montanismo, una herejía del segundo siglo renombrada por su ética estricta. A la vista de los montanistas, la iglesia de ese día había abandonado la virtud anterior y el ascetismo estricto en favor de una vida fácil y más conforme al mundo alrededor. En el intento de avivar estándares éticos tradicionales, los montanistas llegaron al extremo de prohibir el nuevo matrimonio después de la muerte de un cónyuge, en contradicción directa con Romanos 7:2-3 y 1 Corintios 7:39.
La ironía es, espero, clara; en nombre de la restauración de la moral cristiana, los montanistas presentaron estándares éticos que el mismo San Pablo rechazó. Resulta que los llamados a restaurar las enseñanzas de la iglesia “tradicionales” no siempre son llamados para la ortodoxia. A veces, son intentos de regresar a un pasado imaginado, un pasado que a menudo es mucho más restrictivo y opresivo que el Evangelio auténtico.
El montanismo no fue la única herejía en caer en este falso tradicionalismo. El arrianismo, posiblemente la herejía más famosa y perniciosa en la historia de la Iglesia, era de orientación profundamente tradicionalista. Varios historiadores modernos, incluyendo el arzobispo Rowan Williams (1), han argumentado que Arrio y sus aliados estaban profundamente alarmados por la tendencia que estaba de moda en ese entonces de referirse al Hijo como homoousios (traducido en el Símbolo de Nicea como “de un Ser”) con el Padre. Contra esta innovación teológica, Arrio quería preservar la creencia “tradicional” de que solo el Padre era verdadera y propiamente Dios; el Hijo y el Espíritu Santo eran creaciones y estaban subordinados al Padre. Eran creaciones exaltadas, sin duda, y mucho más cerca del Padre en poder y gloria de lo que jamás podríamos estar. Sin embargo, eran creaciones, y llamarlos iguales al Padre era, en la mente de Arrio insultar a la única divinidad exaltada del Padre.
El arrianismo se veía a si mismo, por lo tanto, como la preservación de las creencias tradicionales sobre Dios frente a la innovación teológica. Aun así, la teología de Arrio fue juzgada como inconsistente con las tradiciones más antiguas de la ortodoxia. Por mucho que lo intentó, Arrio no pudo explicar satisfactoriamente por qué, si el Hijo era una mera creación del Padre y no Dios, los primeros cristianos adoraban y rezaban al Hijo. Peor aun, si Jesucristo no era Dios en la carne, entonces Dios no había realmente asumido la naturaleza humana. Como dice la famosa máxima, lo que no es asumido no es redimido, por lo que el arrianismo hizo incoherente a las buenas nuevas de la redención en Jesucristo.
La misma ironía que vimos en el montanismo vuelve a surgir: el autodenominado tradicionalismo de Arrio y sus aliados demuestra, al final, ser menos ortodoxo que el lenguaje aparentemente innovador del Símbolo de Nicea.
No solo fue el Credo de Nicea más tradicional que sus oponentes tradicionalistas; también puede haber sido más liberador. Varios historiadores han notado que la insistencia de Arrio que Dios era una mónada omnipotente, que no compartía ni poder ni sabiduría con nadie más y que gobernaba el mundo delegando tareas a sus subordinados, hacía que Dios se viera incómodamente como el Emperador Romano. los aliados de Arrio tampoco dudaron de aplicar estos paralelos abstractos al mundo real. Eusebio de Cesárea, un obispo de alto perfil y aliado político de Arrio pronunció la infame oración en alabanza al emperador Constantino, en la que argumentó que el gobierno imperial era la mejor forma de gobierno porque se parecía más a la forma en que el Padre gobernaba toda la creación. Mientras que los contemporáneos de Eusebio en Nicea no eran de ninguna manera inocentes de complicidad con la opresión patrocinada por el estado, ninguno de ellos descendió a su nivel de adulación.
Deberíamos admitir que mientras que muchos historiadores aceptan este análisis, sigue siendo algo controversial. Dado que el arrianismo nunca se convirtió en la enseñanza oficial de la Iglesia, cualquier enlace entre la teología arriana y la opresión política es algo especulativo. Aún así hay una segunda y últimamente más importante razón por lo cual creer que la ortodoxia histórica es liberadora; es el sistema más verdadero, y es la verdad que nos libera.
Nuestra asociación moderna de la herejía con el progresismo pierde este vinculo crucial entre la verdad y la liberación. Nos lleva a creer que la relación entre la doctrina y la autoridad, en vez de su relación con la verdad determina su poder libertador. Pero esto simplemente no es así. La opresión siempre hace su cama con la falsedad; una jerarquía imaginaria de géneros, un relato profundamente confuso de la sexualidad humana o las malas historias de las relaciones raciales. Los relatos opresivos se justifican a sí mismos mediante la sustitución de productos de la imaginación humana por una realidad mucho más complicada y por lo tanto a menudo menos atractiva. Lo mismo ocurre con la herejía, que sustituye a un producto de la imaginación humana: una visión nostálgica de un pasado increíblemente prístino; una insistencia rígida en la propia comprensión de Dios; o ocasionalmente, una visión utópica del progreso impulsado por el ser humano, centrado en el ser humano, en lugar de la realidad de un Dios que transciende toda imaginación humana.
Al final, la verdad y la liberación no son dos preocupaciones diferentes que debemos sopesar el uno contra el otro. Son dos caras de la misma moneda. No puede haber liberación sin comprender cómo es en realidad el mundo, y quien realmente es Dios, aparte de nuestros prejuicios distorsionados. Del mismo modo, la verdad queda a medio conocer si se queda en nuestras cabezas; es solo cuando luchamos por la liberación que realmente creemos lo que decimos.
El gran peligro de la herejía es que, al cortar nuestra conexión con la realidad, nos atrapa dentro de nuestras cabezas y nos impide experimentar esta verdad liberadora. La gran esperanza de la ortodoxia es que, al aferrarnos a esos pequeños y fragmentados atisbos de la realidad que llamamos “revelación”, podemos encontrarnos con el Dios vivo que es la Realidad misma y cuyo servicio es la libertad perfecta.
Esta es la esperanza por la cual luchamos.
Creo que comprender la plenitud de cualquier parte de la autorrevelación de Dios para nosotros sería, en absoluto, como ver un relámpago en una noche oscura que transforma la noche indistinta y oscura en un cuadro impresionante en el que vemos todo como está. En ese momento de iluminación, veríamos la tierra y sus animales como compañeros y co-criaturas de Dios, en quienes Dios se deleita profunda y irremplazablemente. Nos veríamos como imágenes compañeras de Dios, resplandecientes con la gloria prestada de nuestro Creador. Nos veríamos a nosotros mismos como los seres más amados y perdonados que somos. Y veríamos a Dios, la Verdad radiante y la Libertad perfecta.
En pocas palabras, veríamos a la verdad, y la verdad nos haría libres.
Es, le concederé, una esperanza audaz e increíble. Hay muchos que se encuentran incapaces de buscarlo después de dos mil años de controversia y debate aparentemente interminables entre los cristianos. Hay muchos más que están indignados por la terrible violencia que se ha ejecutado en nombre de la llamada “ortodoxia’. La búsqueda de la verdad liberadora es larga, difícil y se corrompe con demasiada facilidad.
Sin embargo, sería algo muy triste para nosotros si perdiéramos de vista la promesa de Dios de la verdad liberadora. No podemos permitir que las potestades y poderes del mundo nos roben nuestra esperanza, especialmente cuando el cinismo y las mentiras infectan cada vez más el discurso público, con resultados desastrosos para los más vulnerables entre nosotros. En tiempos como estos ¿cómo no podemos hablar de nuestra esperanza que el contacto con la realidad ultima, más allá de todo prejuicio y presunción humana? ¿Cómo no podemos no compartir las buenas nuevas de que podemos encontrar la verdad porque la Verdad ya nos ha encontrado? ¿Cómo podemos descuidar el poder explosivo y subversivo de proclamar que Cristo nos ha liberado a todos y que no descansará hasta que rompa cada vara de opresión?
Tenemos la oportunidad, querido lector, de darle al mundo un regalo tremendo.
Vamos a tomarlo.
Williams, Rowan. Arius: Heresy and Tradition. London: SCM Press, 2005, 95-117.