OTRA MANERA DE SER UN HOMBRE DE DIOS
Me invadió la ansiedad por un momento y me dejó paralizado. Hace tiempo no me pasaba, pero allí, sin razón aparente, estaba la ansiedad que a veces me acompaña. Me encontraba frente a una barbería, donde haría algo rutinario como cortarme el cabello. Me sentí inseguro, me dio “miedo” entrar al local. Me senté unos minutos afuera para tratar de entender qué me estaba pasando.
Por mi mente pasaron recuerdos de hace más de diez años atrás, donde los espacios exclusivamente masculinos me generaban ansiedad porque sentía que no pertenecía a ellos. Con el paso del tiempo me he dado cuenta que esto no solamente me pasa a mi sino a muchos hombres de distintas generaciones pero sobre todo de las más jóvenes.
Nuestra sociedad y cultura latina fomentan una masculinidad tóxica desde que somos pequeños. Es más, la mayoría de veces nuestro círculo familiar y social refuerza este tipo de masculinidad y la considera “normal”. En mi caso, por ser un hombre trans, no crecí con esos mensajes, de manera directa, pero igual los fui internalizando y cuando llegó el momento de empezar mi transición sentí que tenía que cumplir con ciertos estereotipos para ser visto y aceptado como un hombre.
Incluso yo, que viví por casi veinte años siendo visto y/o tratado como a una mujer, he caído en ocasiones en micromachismos, sin darme cuenta. He leído a varios autores que dicen que los hombres actuales estamos viviendo una crisis de identidad. Y no estoy hablando dentro del contexto de la iglesia, aunque creo que esto aplica también a ese ámbito. Desde que la mujer ha empezado a ocupar más espacios que se creían exclusivos para hombres y a exigir sus derechos, muchos hombres se han sentido amenazados. Cosa que también se da en muchas iglesias.
Cuando uno piensa en una crisis no suena como algo positivo, pero si en realidad los hombres estamos viviendo una crisis, podríamos usarla para sacar algo bueno de ella. Quienes todavía no entienden o no creen que nuestras hermanas no tienen los mismos derechos que nosotros, espero pronto vean la luz. Para los que sabemos, por experiencias cercanas o a través de las vivencias de nuestras hermanas, madres, hijas, abuelas, parejas, etc, tenemos el deber de usar nuestro privilegio para apoyarlas y lograr ser finalmente iguales, como Dios nos creó.
He aquí donde se da la gran disyuntiva, ¿Cómo hacemos esto? ¿Por dónde empezamos? Esperar o exigirle a nuestras hermanas que nos enseñen qué hacer o cómo cambiar nuestra cultura de masculinidad tóxica no es el paso adecuado. La responsabilidad es nuestras, no de ellas.
Sin embargo, estoy seguro que para todos nosotros, las mujeres de nuestra vida han sido y siempre serán pilares fundamentales en este proceso de crecimiento. En mi caso también han influido autoras, especialmente, Bell Hooks con su libro The Will to Change: Men, Masculinity, and Love.
Unas de las afirmaciones que hace Hooks, con las que estoy de acuerdo totalmente, es que los hombres hemos aprendido a expresar sólo nuestro enojo y nuestro deseo sexual. Estas dos expresiones son socialmente aceptadas y hasta esperadas. Por otro lado, expresar tristeza, miedo y ansiedad no son vistos de buena forma. No por otros hombres y en algunos casos ni siquiera por algunas mujeres. Parte de este aprendizaje lo adquirimos desde pequeños cuando nos dicen que “los niños no lloran”.
En mi opinión, un paso crítico para salir de la masculinidad tóxica es empezar a identificar otras emociones (fuera del enojo) y a expresarlas. Jesús fue vulnerable. Y cada vez que queremos dar muestra de ello leemos la historia de Lázaro, donde Jesús lloró. El problema es que no siempre aplicamos esa vulnerabilidad que tanto valoramos en Jesús en nuestra propia vida.
Otro punto importante, del cual también habla Bells Hooks en su libro, es que los hombres solemos enfocarnos principalmente en nuestro rol de proveedor y nos olvidamos de todos los otros roles que podemos tener. Cabe recalcar que para muchos hombres ser el proveedor de su familia es lo que han aprendido de generaciones pasadas y no saben cómo hacer otra cosa. Además, nuestra cultura del consumo y la “productividad” siempre está exigiendo que debemos hacer más cosas, ser más productivos y tener más posesiones. Esto ciertamente no ayuda a que los hombres valoremos el tiempo para dedicarnos a nuestro autoconocimiento y crecimiento. Además, para muchos hombres es muy difícil dejar de identificarse con su trabajo. Es decir, creen que son su trabajo y no se pueden separar de ese rol.
Justamente el desafío que tenemos es ese: cambiar, crecer, evolucionar. Dejar de ser solamente proveedores, hacernos cargo del trabajo emocional que nos corresponde en nuestras relaciones de pareja, entre tantas otras cosas. Pero por algo hay que empezar.
Lo bueno es que ya hay hombres y/o personas que se identifican con el espectro masculino, que han empezado a hacer este trabajo. Existe un movimiento llamado, “Tender Masculinity” en inglés, lo que podría traducirse como “Masculinidad Suave”. Este movimiento se define de varias formas pero todas se alejan de manera crítica y directa de la masculinidad tóxica.
Si quieres empezar a practicar una masculinidad suave, te dejo algunas ideas:
Dar y crear espacio para otras personas, en especial para aquellas que son oprimidas (mujeres, minorías sexuales, minorías raciales, etc). Para mí, esto significa escuchar y validar la opinión de estas personas. La idea es dejar de ver a estas personas como “otras” y verlas de igual a igual.
Hablar con otros hombres sobre cosas profundas y no solamente sobre deportes o sexo. Hablar sobre nuestras emociones, relaciones, miedos, sueños y cómo ser mejores personas.
Reconocer nuestro privilegio. Usemoslo para empoderar a quienes no lo tienen.
Aprender a expresar otras emociones aparte del enojo. Aquí me gustaría motivarte a que, dentro de tus posibilidades, busques un terapeuta. En mi opinión, la terapia es un espacio ideal para conocernos a nosotros mismos, aceptarnos con lo bueno y no tan bueno y crecer. No hay nada de malo en ir a terapia.
Aprender a demostrar y pedir afecto de otras formas, no solo a través de la sexualidad. La clave está en expandir nuestro repertorio emocional para conectarnos con nuestra pareja en otros niveles que no conocemos.
Aceptar y reconocer que todos tenemos un lado femenino, el cual no tiene nada de malo ni nos hace menos hombres.
Por último, en mis años como cristiano me he encontrado con muchas iglesias que siguen fomentando este tipo de masculinidad tóxica. Muchas veces escondida detrás del algún fundamento religioso. Esto no le hace bien a nadie: ni a la iglesia, ni al cristianismo, ni a los hombres y menos a sus familias o potenciales familias. Yo creo en un Dios que nos creó a todos iguales y que no quiere que un grupo domine y oprima a otro de ninguna manera.
Muchos hombres (y mujeres) justifican la dinámica de que el hombre es superior a la mujer porque la Biblia dice que la mujer debe someterse a su esposo o porque el hombre fue creado primero que la mujer y ella solo vino a acompañarlo. En mi opinión, ninguno de estos argumentos es correcto. Mucho expertos de los textos bíblicos explican que, en el relato de Génesis de la Creación, cuando se habla de “hombre”, en realidad el autor se está refiriendo a la raza humana y no específicamente al hombre-varón. Lo que significa que todos fuimos creados con la misma importancia para Dios y con el mismo propósito. Ninguna persona es más que la otra.
Por otro lado, al mirar el ejemplo de Jesús no lo vemos creerse superior que ninguna mujer. Al contrario, su ministerio público fue sostenido por mujeres. Además, Jesús se acercó a las mujeres e interactuó con ellas cuando las reglas de su tiempo no miraban bien que un hombre judío hablara con una mujer samaritana (Juan 4). Además de hablar con la mujer samaritana, otro punto importante es que Jesús no discrimina ni oprime a esta mujer. No la juzga, al contrario recibe la honestidad de la mujer y la acepta tal y como es.
Jesús no nos da el ejemplo de una masculinidad tóxica. Jesús invita a la mujer samaritana a ser libre y Él quiere lo mismo para nosotros hoy. Si bien hay hombres que pensarán que la masculinidad tóxica es de Dios o es la manera en la que Dios los creó, yo no estoy de acuerdo. Creo que debajo de ese exterior duro hay mucho que necesita ser liberado y amado. Y Dios quiere ayudarnos en ese proceso. El primer paso es querer cambiar y de ahí en adelante lo mejor que podemos hacer es confiar en Dios.