EL IDIOMA DEL CORAZÓN
Hosanna, Hosanna, Hosanna en el cielo…por costumbre de años al oír estas palabras del canto angelical, me incliné. A diferencia de la serenidad que me dan estas palabras en inglés, al oírlas en español oí de mi boca casi salir un llanto y de mis ojos me querían brotar lagrimas. Con gran esfuerzo me tragué ese llanto y mis lágrimas porque estaba de visita en el Seminario del Sudoeste y no quería hacer el ridículo. Me compuse y con un corazón lleno de alegría me acerqué a la Santa Mesa y allí me ofrecieron el sacramento en el altar en mi propia lengua, “el Cuerpo de Cristo, pan del cielo–Amén; la sangre de Cristo, cáliz de salvación—Amén”. No puedo decir cual fue el himno de salida, pero si sé que me dio aliento con acentos del español y ritmo de guitarra. En quince años de asistir a la Iglesia Episcopal nunca había experimentado un servicio en español. No esperaba que me tocara tan profundamente y la verdad fue esa experiencia que cementó mi decisión definitiva de asistir al Seminario del Sudoeste.
Nuestra lengua materna nos forma de manera casi inconcebible. De acuerdo con estudios lingüísticos infantiles los bebés de seis meses de edad pueden diferenciar el idioma que habla la madre. La evidencia apunta a que, aunque todavía no puedan hablar los bebés pueden diferenciar las entonaciones distintivas del idioma materno. Antes de llegar a los cinco años los niños tienen una plasticidad lingüística asombrosa y pueden adquirir idiomas con gran facilidad. Después de esa edad parece que está plasticidad va disminuyendo gradualmente hasta que en la adolescencia la mayoría de las personas pierden esta facilidad y se dificulta muchísimo aprender otras lenguas.
Como muchos otros inmigrantes de segunda generación mis primeras palabras fueron las del idioma de mi madre, pero al entrar al kindergarten a los cinco años ya hablaba el inglés. Gracias a primos mayores que yo y los medios de comunicación absorbí este idioma antes de la madurez lingüística. Al pasar los años de mi niñez fue el inglés que se convirtió en mi lengua principal, la que hablaba con mis hermanos, primos y amigos. Sin embargo, el español lo seguía hablando con mis padres y todos mis familiares mayores.
Pero el inglés se convirtió en el idioma de aprendizaje porque era la lengua de instrucción en la escuela; el punto de mayor contacto con la sociedad mayoritaria anglosajona. La única excepción era en el área de religión, donde mi instrucción desde el principio fue en español. De niño pequeño mi familia no era muy piadosa pero aún así aquí y allá iba a las clases de catecismo en la Iglesia Católica Romana o las clases de biblia de la Iglesia Pentecostal con los hijos de unos amigos familiares. Después en mi adolescencia el español era el idioma del culto en la Iglesia Pentecostal que asistíamos y de la biblia que estudiaba. En mi corazón el español se grabó como el idioma que usaba para expresar mis pensamientos teológicos y la de devoción litúrgica. Fue en español que alababa alegremente al Dios Trino con son de guitarra, y en español era que me confesaba antes de tomar la Santa Cena mientras el Pastor leía solemnemente de la Primera Carta a los Corintios.
Cuando dejé atrás la tradición pentecostal también le dije adiós a la adoración en español. Empecé a asistir a la Iglesia Episcopal porque como hombre gay era un lugar más acogedor, más inclusivo de mi identidad sexual, pero tuve que renunciar la adoración en mi idioma materno. De alguna manera no fue tan difícil porque mi educación formal había sido una larga aculturación a la cultura anglosajona.
Lo que más trabajo me costó y lo que encontré lo más chocante fue la himnodia inglesa. Tomó mucho tiempo para que el cambio de canciones de adoración contemporánea en español con guitarra a himnodia clásica inglesa de los siglos pasados fuera confortable. La Reverenda Canóniga Stephanie Spellers recuenta una experiencia similar a la mía en la cual escuchó por primera vez una canción Afroamericana en la Catedral de Saint John the Divine en Nueva York; fue su primera experiencia de bienvenida en la Iglesia Episcopal en la cual sintió que una parte que quedaba fuera de la iglesia finalmente fue acogida1. No fue hasta que oí el español dentro de una capilla de la Iglesia Episcopal que sentí que una parte fundamental de mi identidad era acogida. Igual que la Reverenda Spellers no me había dado cuenta de que había una parte importante de mi identidad que yo sentía fuera de la iglesia que me dado la bienvenida, aunque en esta iglesia me había refugiado y en verdad ya me había entregado al discernimiento para el ministerio ordenado.
Podría hablar de la demografía y las oportunidades que la Iglesia Episcopal y en realidad todas las iglesias del protestantismo histórico se están perdiendo, pero prefiero hablar de la idea de Radical Welcome o ‘Bienvenida Radical’ que la Reverenda Stephanie Spellers define como “buscar dar la bienvenida a las voces, la presencia y el poder de muchos grupos, especialmente los que han sido definidos como El Otro, empujados a las márgenes, expulsados, silenciados y encerrados, para ayudar a dar forma a la vida y misión común…”2. La Iglesia tiene la oportunidad de abrir no solamente sus puertas sino con corazón abierto acoger a la gente latina cuya lengua materna es español. Una parte significante de las generaciones siguientes de inmigrantes latinos son bilingües y aunque hayan alcanzado cierto nivel de aculturación a la sociedad anglosajona siguen arraigados a la manera de adoración latina.
En la diócesis de San Joaquín de donde he venido al seminario puedo contar las veces que he escuchado una canción en español en el culto. Ninguna canción fuera de cierto canto de Taïzé se usa con frecuencia. La primera vez que oí un villancico en una Iglesia Episcopal la letra estaba traducido al inglés. Recuerdo bien la emoción que me dio al oír esos ritmos españoles y la tristeza que me dio que la letra fuera traducida. Me dieron la explicación que español no era idioma de la comunidad, pero pensé que quizá no lo era de esa congregación, pero a dos cuadras de esa iglesia era la lengua de la mayoría. Hay una verdadera oportunidad para nuestras iglesias en lugares donde hay una preponderancia de personas latinas de atraerlos con servicios que sean verdaderamente bilingües. Las congregaciones que establecen servicios bilingües tienen la oportunidad de ser el lugar de adoración para latinos de segunda generación y después porque ellos viven una realidad multilingüe y multicultural3.
El verdadero cambio toma valentía y esfuerzo, pero si de veras queremos ser un hogar espiritual para la gente latina tienen que ser nuestras congregaciones las que cambian. Si queremos ser lugares donde el corazón latino se alimenta espiritualmente tenemos que hablar el idioma de sus corazones. Hay que explorar liturgia y himnodia bilingües donde se pueda cantar tanto Charles Wesley como las canciones de Flor y canto y donde se puede ofrecer el sacramento a cado uno en el idioma de su corazón.