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EL MUNDO EMPAPADO DE ESPÍRITU Y LA RENOVACIÓN DE LA IGLESIA EPISCOPAL

La sexualidad humana no es la cuestión definitiva que divide la Comunión Anglicana. No es mi intención hacer de menos las batallas acerca de la sexualidad en la Iglesia o disminuir el sufrimiento de las personas LGBTQ+ o los que se han ido, pero análisis interminable se ha enfocado en todo eso. La división mayor raramente se aborda. El Anglicanismo está divido porque habitamos dos mundos incompatibles. La mayoría de los anglicanos vive en un mundo empapado por espíritu donde el mundo espiritual se ve coexistir con lo material. En contraste, muchos anglicanos adinerados, especialmente (aunque no exclusivamente) en el oeste, viven en un mundo tecnocrático y desencantado que no tiene lugar para milagros, ángeles, demonios o dones espirituales. Si nos somos honestos, este mundo desencantado con dificultad admite la existencia de Dios. Esta es la verdadera diferencia que enmarca la proliferación de conflictos dentro del anglicanismo.  

Creo en la santidad de los matrimonios del mismo sexo y la santa vocación de gente LGBTQ+. También entiendo porque nuestros hermanos en el sur Global cuestionarían nuestro descernimiento sobre cuestiones difíciles dado que muchos de nosotros no vemos o ni reconocemos lo que es obvio a la mayoría—la existencia del orden supernatural, los poderes y principados, las fuerzas espirituales que actúan en el tiempo, milagros y otros dones dados por el Espíritu Santo. Debe ser frustrante ver a muchos ricos anglicanos del atlántico norte luchar bajo un escepticismo pintoresco y provincial sobre asuntos espirituales. Por el colonialismo que continúa y muy relacionado con nuestra falta de percepción espiritual, llevamos los hilos del bolsillo (i). A menudo nuestros proyectos para el ‘desarrollo’ en el resto del mundo vienen muchas ataduras y bagaje cultural. Pensamos que podemos resolver los problemas de otros con dinero, pero somos ajenos a las dimensiones espirituales de sus problemas – y las nuestras. 

Por décadas la asistencia decreciente en la Iglesia Episcopal ha indicado una crisis de identidad, evangelismo y misión. Como el estupendamente fracasado Grupo de Trabajo para la Re-imaginación de la Iglesia Episcopal demostró esto no es un problema técnico con una solución técnica. Nuestra crisis es precipitada por nuestra falta de discernir al mundo espiritual y asistir a lo que el Espíritu de Dios está haciendo. La Iglesia no tiene misión aparte de la de Dios. A menos que discernamos donde se mueve el Espíritu de Dios y dejamos que nos mueva, fracasaremos cada vez. Lo que necesitamos en la Iglesia Episcopal es una renovación carismática.  

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Siempre ha habido en la Iglesia los que han enfatizado los dones espirituales. (ii) El pentecostalismo y el movimiento carismático surgieron en siglo XX como las manifestaciones más recientes de esta tradición en el cristianismo. ‘Pentecostal’ típicamente se refiere a las denominaciones que trazan sus raíces a una serie de avivamientos a principios del siglo XX, el más famoso fue el avivamiento de Azusa Street de 1906. Los carismáticos son miembros de denominaciones existentes que experimentaron derramamientos del Espíritu Santo en sus iglesias. Juntos forman parte de por lo menos un cuarto de los cristianos del mundo, 8% de la populación total del mundo. La vasta mayoría de estos cristianos viven en África, Asia, Centro y Sudamérica. (iii) A pesar de su reciente perfil como un subgrupo del evangelicalismo con todo el bagaje político que trae, el pentecostalismo norteamericano, propugnó la igualdad de genero y equidad racial, el pacifismo y la economía comunal de la Iglesia primitiva (Hechos 2:43-7) a su inicio. (iv) Se enfatizaba la disponibilidad de los dones espirituales para todos los cristianos. Pentecostales en el siglo XX estaban radicalmente comprometidos al evangelismo y la actividad misionaria. (v) Mientras que algo de este trabajo fue desafortunadamente ligado con el colonialismo, los misionarios pentecostales fueron más exitosos que muchos otros en acomodar y alentar el liderazgo autóctono. Mientras que muchos misionarios de las Iglesias Protestantes históricas y la Iglesia Católica Romana se mofaban de las creencias indígenas acerca del mundo espiritual, los pentecostales y carismáticos reconocían estos entendimientos indígenas, y—en su mejor expresión—mostraban como todo puede ser transformado y sanado por el poder de Cristo. (vi) Con esto en mente, que el ethos pentecostal está reformando muchas provincias Anglicanas en el sur Global, que nuestros hermanos se están convirtiendo más y más ‘pentecostalizados’. (vii) Un mundo empapado de espíritu toma explica la experiencia vivida por muchos más cristianos que la cosmovisión cansada y desacralizada del opulente Oeste.  

El culto pentecostal es a menudo más espontaneo y más ruidoso que nuestra liturgia acomoda. No estoy proponiendo que emulemos el culto pentecostal. Arraiguémonos al Libro de Oración Común. El mundo empapado de espíritu susurra en cada página de nuestro Libro de Oración. Lo que hace falta es nuestra habilidad para verlo y orientarnos a este mundo para hacernos conductos del poder del Espíritu. Debemos empezar a ver nuestra liturgia, primeramente, como un encuentro con Dios Todopoderoso. La liturgia no es principalmente el trabajo del pueblo, pero una obra poderosa de Dios. Nuestra única opción es arrodillarnos delante del misterio del poder de Dios y ofrecernos—alma y cuerpo—para transformación. Una renovación por el Espíritu Santo requiere tal auto-ofrenda, tanto en la liturgia pública y la liturgia de nuestras vidas cotidianas. Cuando hacemos estas liturgias acerca de nosotros y nuestras preferencias, dejamos poco espacio para notar la acción del Espíritu de Dios. La renovación espiritual requiere que nos vaciemos de nuestra necesidad de actuar, de controlar, de ser entretenidos o ser alimentados (de manera consumidora) por la liturgia. Conocimiento de nuestra necesidad por sanidad y redención fluye naturalmente. El Espíritu de Cristo acecha cada una de nuestras reuniones de oración, solo buscando la oportunidad para mover. Nuestra apertura y conciencia brindan esta oportunidad.  

La renovación espiritual que necesitamos en la Iglesia Episcopal debe ser firmemente arraigada en los sacramentos y la voz antigua de la Iglesia universal. Mientras que el pentecostalismo y el movimiento carismático han sido conocidos por una postura anti-sacramental, esto no es inevitable ni teológicamente consistente. La lógica de la renovación espiritual es exactamente la lógica de los sacramentos. Todo depende de la expectativa que la presencia de Dios es disponible aquí y ahora y se experimenta de manera real y tangible. En renovación carismática, como en toda acción sacramental de la Iglesia, la trascendencia de Dios condesciende a la inmanencia humana por el poder del Espíritu. Esta convicción sacramental sustenta y sostiene a cada rama de la Iglesia, una, santa, católica y apostólica. Si esto no es cierto, si Dios no aparece en la realidad, entonces al diablo con todo. (viii)  

La Iglesia Episcopal experimentó un avivamiento carismático a mediados del siglo XX con impacto enorme y en curso. (ix) Mientras que muchos carismáticos episcopales se han ido para ACNA u otras iglesias, siguen algunos entre nosotros. Sin importar las diferencias, estas personas deben ser estimadas. Una razón por el éxodo masivo de los carismáticos fuera de la Iglesia Episcopal es que la espiritualidad carismática casi nunca fue integrada en nuestra vida sacramental. Era usualmente limitada a las reuniones marginales en vez de tomar lugar en el centro. El bautismo y la Eucaristía son los lugares más naturales para ejercitar los dones espirituales. En el bautismo, entramos en la muerte y resurrección de Jesucristo. Invocamos al Espíritu Santo sobre el agua porque no podemos ser iniciados en el cuerpo de Cristo de ninguna otra manera. Profetizamos sobre los recién bautizados cuando los sellamos por el poder del Espíritu y los marcamos como propiedad de Cristo para siempre. En este misterio, el Espíritu atraviesa la eternidad para constituir el futuro de Dios como la nueva realidad de los recién bautizados. Es sorprendente que no nos emocionemos más por esto. En la eucaristía, Cristo se hace presente a nosotros de manera poderosa y tangible. El momento climático de transformación en la oración eucarística es cuando invocamos al Espíritu Santo sobre el pan y el vino (y, en algunas oraciones, sobre nosotros). Esto no es nada menos que un nuevo Día de Pentecostés. Aquí, el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos de Jesús, la Iglesia es consagrada, constituida, vitalizada y el mundo entero es trastornado. ¿No podemos ver el fuego? Si hubiera tiempo para hablar en lenguas, sería entonces. 

Sanar por unción de aceite y la imposición de las manos es otro sitio de la renovación espiritual. La sanidad fluye naturalmente de la eucaristía y es parte íntegra de nuestra tradición del Libro de Oración. Lo callamos, pero la gente es sanada por Dios en nuestras parroquias todo el tiempo. Lo he visto. Es normal. Los cristianos deben esperar que Dios se manifieste y cambie las cosas como algo natural. Hay cuestiones difíciles acerca de la sanidad y la providencia de Dios que de frecuencia nos previenen de hablar de ello en términos supernaturales. Pero nuestro cuidado en estos asuntos no debería llevarnos a obscurecer o disminuir lo que Dios hace en nuestro medio, aunque no lo comprendamos.  

Nuestra renovación espiritual debe ser disciplinado por la sabiduría de la Iglesia. La espiritualidad carismática, en su mejor expresión, es una tradición mística dentro de la Iglesia. Sin ser arraigada en las Escrituras, los credos y la autoridad apostólica las espiritualidades místicas casi siempre se salen de los rieles sustituyendo el magnetismo de un líder por el baluarte de la fe. El evangelio de prosperidad y otras formas pervertidas de abuso espiritual y emocional ocurren cuando la espiritualidad carismática no es controlada por la autoridad de la Iglesia. El misticismo y la espiritualidad no deben ser búsquedas individualistas. Toman lugar en el Cuerpo y para el Cuerpo entero. 

Ahora es el tiempo para que la Iglesia Episcopal descubra de nuevo el mundo espiritual. Nuestra habilidad para evangelizar y crecer depende de esto. El deísmo terapéutico-moral (Moral therapeutic deism) no funciona para nosotros. Tampoco es la noción que podemos crear el Reino de Dios por nuestros propios esfuerzos. No tenemos que ‘dejar nuestros cerebros en la puerta’ de la Iglesia Episcopal, pero de veras parece que hemos dejado nuestros corazones ahí, junto con la mayoría de las personas dolientes de este mundo que están en busca de la trascendencia. Para enfrentarnos a la crisis en nuestra denominación y las divisiones en el anglicanismo necesitamos una renovación espiritual. Necesitamos enseñar y predicar de nuevo la existencia de los ángeles, los demonios y los milagros. Debemos parar de cruzar los dedos cuando nos cruzamos con las ubicuas referencias al mundo espiritual en nuestra liturgia. ¿Tiene algún sentido nuestro cantar "Santo, Santo, Santo, el Señor Dios Todopoderoso", si no creemos verdaderamente que nos unimos a las voces de Ángeles y Arcángeles? ¿De veras pensamos que podemos cumplir con las promesas de nuestro pacto bautismal que nuestros tiempos piden—luchando por la justicia y la paz, respetando la dignidad de todo ser humano—sino hemos primero renunciado a Satanás y todas las fuerzas espirituales del mal y declarado qué Jesús es el Señor? No podemos abrir nuestros propios ojos al mundo empapado del espíritu tanto como no podemos liberarnos a nosotros mismos del mal. Oremos que Dios nos abra los ojos a la dimensión espiritual como es. Si nos atrevemos a confiar que nuestra oración será contestada, nuestra transformación será mucho más radical y de amplio alcance que podamos pedir o imaginar.  


  1. Para la conexión entre la cosmovisión desacralizada y el colonialismo, Michael Saler, “Modernity and Enchantment: A Historiographic Review,” American Historical Review 111, no. 4 (June 2006).

  2. William L. DeArteaga, Agnes Sanford and her Companions: The Assault of Cessationism and the Coming of the Charismatic Renewal (Eugene, OR: Wipf & Stock, 2015), 11-55. For the continuity of the Pentecostal tradition within the history of Christian mysticism, see Daniel Costello, Pentecostalism as a Christian Mystical Tradition (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2017). 

  3. Esto de acuerdo con el estudio comprehensivo de 2011 por Pew Research Center. Hay indicaciones que estos movimientos solamente han crecido en la decada pasada.

  4. Para la historia compleja de la igualdad racial que pronto cayó en inequidad y segregación vea, Ian MacRobert, The Black Roots and White Racism of Early Pentecostalism in the USA (London: Palgrave, 1988). Para una historia breve de las ministras mujeres en pentecostalismo temprano vea, Cecil M. Robeck Jr. “Women in the Pentecostal Movement,” accessed November 1, 2020, https://fullerstudio.fuller.edu/women-in-the-pentecostal-movement/. Para la historia del pacifismo Pentecostal vea, Jay Beeman, Pentecostal Pacifism: The Origin, Development, and Rejection of Pacific Belief among the Pentecostals (Eugene, OR: Wipf & Stock, 2009). Para una vista sobre el socialismo pentecostal contemporario vea, Andrew Wilkes, “Living in the End Times: An Interview with the Rev. Osagyefo Sekou,” accessed October 20, 2020, https://www.religioussocialism.org/_an_interview_with_rev_sekou. None of this should obscure the racism, misogyny, classism, and other prejudice that is found in Pentecostal and charismatic churches just as all these sins are found in the Anglican/Episcopal tradition.

  5. Allan H. Anderson, Spreading Fires: The Missionary Nature of Early Pentecostalism. (Maryknoll, NY: Orbis, 2007).

  6. Cf. Opoku Onyinah, “Deliverance as a Way of Confronting Witchcraft in Contemporary Africa: Ghana as a Case Study,” in The Spirit in the World: Emerging Pentecostal Theologies in Global Contexts, ed. Veli-Matti Kärkkäinen (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2009).

  7. Cf. Jesse Zink, “’Anglocostalism’ in Nigeria: Neo-Pentecostalism and Obstacles to Anglican Unity.” Journal of Anglican Studies 10, no. 12 (Nov. 2012).

  8. Borrowing the phrase from Flannery O’Connor, The Habit of Being, ed. Sarah Fitzgerald (New York: Farrar, Straus, and Giroux, 1988), 124-5.

  9. Para un tratamiento clásico de la renovación carismático Episcopal véase, Dennis J. Bennett, Nine O’Clock in the Morning (Plainfield, NJ: Logos International, 1970). Para una exploración histórica y teológica de sus raíces, véase DeArteaga, Agnes Sanford and her Companions.

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