EL CAMINO TRINO A NUESTRA MORADA: PRIMERA PARTE

Es axiomático señalar que vivimos en tiempos de conmoción y transición. Con la ayuda de una pandemia global que a la vez ha catalizado el cambio y nos ha hecho detenernos a considerar nuestras vidas de manera más intencional, percibimos con mayor claridad que el mundo y la Iglesia en la tierra están siendo transformados. Los nuevos contornos, sin embargo, permanecen invisibles o, en el mejor de los casos, borrosos al ojo externo. Para complicar las cosas aún más, en los círculos eclesiásticos escuchamos a menudo sobre la urgencia no solamente de actuar, sino de actuar con rapidez — una presión en pro de la acción que nace de la concientización aguda de que el número de personas que se identifica como episcopal/anglicano se encuentra en continuo declive.

El estado de ánimo resultante en uno de ansiedad y reactividad, y últimamente ha alcanzado un punto casi febril. Inmersos en el estado de ánimo que prevalece, muchos han mencionado la necesidad evidente de salir de nuestras iglesias (e incluso de alejarnos de ellas) para encontrar al mundo donde está. Este impulso hacia el exterior sin duda se origina de un deseo evangelístico genuino, y sin embargo también nace del miedo: miedo a que nuestra rama de la Iglesia vaya a desaparecer dentro de una generación (o menos) si no hacemos algo… y rápido. Y, por supuesto, el espíritu del miedo no es el Espíritu de Dios.

Un obispo retirado señaló recientemente que:

Es cierto que nos ha sobrecogido un cambio social muy rápido en el que podemos anticipar que el Espíritu Santo reconfigure la Iglesia. A medida que va pasando una época en la que quizás nos sentíamos demasiado cómodos, es justo y bueno mirar con expectación a las formas vivas que Jesús y su Iglesia tomarán en los siglos cristianos venideros. Pero, a la par de esa expectativa justa, está la insidiosa tentación de creer que podemos abreviar los dolores de parto de la nueva era mediante cirugías drásticas, cuando realmente no tenemos la percepción espiritual para entender lo que estamos haciendo. (1)

Estos tiempos, por lo tanto, requieren discernimiento cuidadoso e intencionado — es decir, lo que los cristianos conocemos desde hace tiempo como el discernimiento de espíritus (2)a nivel institucional. Muy frecuentemente solemos apresurar el proceso de discernimiento en nuestra vida corporativa y hasta ignorarlo por completo. Ante la presión de actuar, enfocamos nuestra visión en las dimensiones pragmáticas y visibles de un problema, en búsqueda de una “solución” que pueda atenuar (momentáneamente) el temor de estar fuera de control. Sin embargo, a largo plazo la “solución” puede resultar poco sabia o sin fundamento.

De hecho, el método reconocido de discernimiento individual que desarrolló San Ignacio de Loyola ha sido adaptado para procesos de grupo. Como prerrequisito para que un discernimiento comunitario resulte sólido, cada persona que forme parte del proceso debe encontrarse:

  1. lista para moverse en cualquier dirección que Dios quiera, por lo tanto radicalmente libre;

  2. abierta a compartir todo lo que Dios le ha dado, por lo tanto radicalmente generosa;

  3. dispuesta a sufrir si la voluntad de Dios lo requiere, por lo tanto radicalmente paciente;

  4. en búsqueda de unión con Dios por medio de la oración, por lo tanto  radicalmente espiritual. (3)

Esta búsqueda de unión, por supuesto, es central para lo que nosotros los episcopales consideramos ser la misión de la Iglesia: La misión de la Iglesia es restaurar a todos a la unión con Dios y unos con otros en Cristo. (4)

Es en ese espíritu de discernimiento comunitario, y manteniendo en mente la centralidad de la búsqueda de unión con Dios en nuestra misión colectiva, que quisiera ofrecer algunas palabras de advertencia sobre varias tendencias disociativas que percibo en nuestro entorno. Al hacerlo, estoy plenamente consciente de que mi perspectiva no es común en la Iglesia ni particularmente popular en estos momentos. Como psicóloga clínica y diácono-en-formación, me encuentro una y otra vez en la intersección de la vida interior y el entorno externo, en el umbral entre la Iglesia y el mundo. Es desde ese mirador que escribo, con la esperanza de fomentar la integración de las dimensiones interiores (invisibles) y exteriores (visibles).

La integración y la unión son, por supuesto, cualidades de una relación, y la realidad de una relación es un lugar propicio para comenzar. Después de todo, la revelación más concisa y a la vez más abarcadora que hemos recibido (en palabras) sobre la esencia del Misterio en el corazón del universo es ésta: Dios es amor. 

Amor implica relación. Una relación real, a su vez, requiere seres distintos. Así que no debería sorprendernos que el Dios que es amor nos haya sido revelado como Tres personas distintas en Una unidad: Amante, Amado, Amor Entre Ellos, según dijo San Agustín. Relacional en su esencia, la unidad de la Santísima Trinidad no permaneció encerrada en sí misma, sino que se desbordó de manera trina: en la creación, en la cruz, en un fluir constante del Espíritu. Tres Personas: tres manifestaciones de amor desbordado.

Y nosotros también fuimos creados seres relacionales — a la imagen de nuestro Dios relacional — como parte de ese Amor desbordado. Santo Tomás de Aquino escribe que:

… la distinción y la multitud de las cosas provienen de la intención del primer agente, que es Dios… (quien) hizo nacer a muchas y diversas criaturas, que lo que falta a cada una en la representación de la bondad divina fuera suplido por las otras. (5)

Sin embargo, este desborde hacia el exterior no es el fin del movimiento. No hay otro fin que Dios, cuyo amor desbordado quiere atraer a la multiplicidad y diversidad de la creación de regreso al Centro, a la reunión con la Fuente, en y a través del Amor. Anhela nuestro asentimiento humano: nuestro “¡Sí!” como respuesta al Amor desbordado. El Amor anhela el amor correspondido.  

Porque Dios se ha revelado ser amor, y amor es lo que busca, no honor, de sus criaturas.

¿Por qué nos sorprende entonces que el camino del amor correspondido — el camino de darse a sí mismo en respuesta al don que Dios ha hecho de sí mismo por amor — se vea grabado también con una huella trina? ¿Qué otra respuesta pudiera dar un amante a la revelación trina de un Amor tan extravagante?

Lo que percibo desde mi punto de vista particular es que estamos llamados a seguir un camino trino a nuestra morada: la trayectoria hacia adentro, la trayectoria juntos, la trayectoria hacia afuera. Cada trayectoria es una forma de auto-entrega, una manera de vivir más profundamente nuestra respuesta al misterio del don de Dios de sí mismo, a través de nuestra propia auto-entrega por amor:

  • La trayectoria hacia adentro: a nuestro verdadero Centro en Dios, mediante la oración personal profunda y las disciplinas espirituales.

  • La trayectoria juntos: el uno con el otro, en oración corporativa y culto eucarístico, el misterio por el cual Jesús — Dios con nosotros — atrae todo hacia Él.

  • La trayectoria hacia afuera: a los márgenes, llevando al mundo las Buenas Nuevas del amor encarnado e imperecedero de Dios, a través de nuestro ejemplo vivo, nuestras palabras y nuestras acciones.

Cada hebra es distinta — cada una quizás grabada con la huella de una Persona distinta — pero todas son una y están inextricablemente integradas entre sí. Todas provienen de la misma Fuente y llevan al mismo Destino: todas empiezan y terminan en Dios. Sin embargo, en nuestro estado humano quebrantado, con frecuencia las bifurcamos, privilegiando una o dos sobre la(s) otra(s), lo cual sólo nos lleva a tropezarnos, o incluso a separarnos del Camino que conduce a nuestra morada. En diferentes tiempos y en diferentes contextos abrimos la brecha en diferentes lugares, sólo para darnos cuenta años después de los costos de descuidar la(s) hebra(s) excluida(s), y entonces a menudo tratamos de “resolver” el problema metiendo la cuña en un lugar diferente. Para ilustrar, echemos un vistazo a algunas de las formas en que nuestro camino trino ha sido — y está siendo — bifurcado.


  1. (2021, 23 de julio). Quotes of the week. Church Times. https://www.churchtimes.co.uk/articles/2021/23-july/regulars/quotes/quotes-of-the-week

  2. Ver, e.g., 1 Cor 12.10; 1 Juan 4.1.

  3. Byron, W. J. (2020, June 25). A method of group decision making. Ignatian Spirituality. https://www.ignatianspirituality.com/making-good-decisions/an-approach-to-good-choices/a-method-of-group-decision-making/.

  4. Church Publishing Incorporated (1981). Bosquejo de la Fe: comúnmente llamado el Catecismo. En El Libro de Oración Común: Administración de los Sacramentos y otros Ritos y Ceremonias de la Iglesia, Junto con el Salterio o Salmos de David.

  5. Aquinatis, S. T. (2010). Summa Theologiæ, Prima Pars (I.3E.1, p. 156). https://gorpub.freeshell.org/aquinas_thomas_st_ia.pdf.

Silvia Gosnell

Silvia Gosnell lives in Rome and in Cambridge, Massachusetts, where she works as a clinical psychologist with Spanish- and English-speaking adults. A recovering lawyer and lifelong liturgy student, she is a consecrated widow and a deacon-in-formation in the Episcopal Church.

Previous
Previous

PLEA

Next
Next

WALKING IN A STORY: EVERYDAY PILGRIMAGES AND REEXAMINING BUSY